El 9/10/1944 Murió mi querido hijo Luisito con sólo tres años de edad, víctima de un accidente y mi esposa sufrió múltiples traumatismos, que marcaron toda una vida de sufrimiento y dolor.
Eran años muy duros, estábamos en plena segunda guerra mundial y hacía sólo tres años que había acabado la guerra de España, y nos enfrentábamos a la posguerra, que fué aún peor que la propia guerra. El hambre, la miseria, y las calamidades eran generalizadas y en el caso de mi familia, en esos momentos empezábamos a ver la luz. Hacía un año que había venido del Batallón General de trabajadores en África, donde mis compañeros morían de hambre y enfermedad. Sólo pude disfrutar de mi querido hijo un año, un sólo año.
Conseguí trabajo en «Los Certales», una de las mejores casa de tapicería de Madrid. Con las horas extras y chapuzas en casas del barrio Salamanca, nos llegaba para comer y vestir. Vivíamos en la casa de los padres de Carmen y en la familia nos ayudabamos unos a otros. El día 9 de Octubre de 1.944 todo cambió radicalmente. Luisito, con quien solo pasé poco más de un año, queriéndole, llevándole conmigo a todos los sitios y dándole todo lo que podíamos comprarle. (Primero, para él y luego para los demás). Era un niño guapo y fuerte, aparentaba seis años, listo y mañoso. Lo quería todo el mundo. Partía la leña a la abuela, arreglaba el triciclo qué le había regalado su tío Antonio, todos los juguetes los desarmaba y volvía a recomponerlos.
Íbamos los domingos al boxeo a la Ferroviaria, yo le llevaba a hombros, le gustaba mucho, así que le compré unos guantes de boxeo y boxeaba con él. En una ocasión estando yo en cuclillas, me soltó un tortazo que me tiro, yo le llamaba «Ochoa» como un luchador que veíamos en la Ferroviaria. Al tirarme, me dijo «toma Ochoa». Esta frase siempre la recordaría la abuela Santa, cuando hablabamos de él .
Aquel fatídico día iba a ir al colegio por primera vez, yo me fui a trabajar y me dio un beso y un abrazo. Salió alegre con un cuaderno a despedirme. Aquel día nos marcó para siempre. En la calle los Tres Peces, había un edificio de piedra que en la guerra fue alcanzado por un obús y todos los escombros estában amontonados por dentro. El edificio, estaba siendo rehabilitado y no había vallas que protegesien a los viandantes, Luisito quería hacer pis y Carmen le estaba asistiendo, cuando en ese momento, se produjo el derrumbamiento de la fachada. Luisito, salió despedido por el impacto en la cabeza de una piedra y Carmen, quedó sepultada, siendo rescatada por los bomberos.
Luisito, fue trasladado a la casa de socorro por un motorista. Ingreso agonizante y murió al poco tiempo. Con tres años y medio. Un niño querido por toda la familia.
Carmen, sufrió heridas y traumatismos tan graves, qué los médicos que la atendieron eran pesimistas de cara a que sobreviviese primero y después a que pudiera valerse por si misma.
Yo regresé aquel día por la tarde sin saber nada. Había estado trabajando en la ciudad universitaria y estaba deseando llegar a casa para saber como lo había pasado mi niño, en su primer día de colegio. Cogí un tranvia del puente Segovia a Puerta Cerrada, al entrar en la calle la Fé, se me acercó un chico que yo no conocía, pero al parecer me estaba esperando y me dio la Noticia con estas palabras: Su mujer está en el hospital y su hijo está muerto. De la conmoción creo que me caí, después salí corriendo hasta la calle Salitre n. 32. Allí estaba la Sra Santa, la madre de Carmen llorando y todos los vecinos. Lo que sentí en aquellos momentos, solo lo pueden saber los que han sufrido desgracias parecidas, no podía creerlo. La fatalidad destruyó en un momento todas nuestras ilusiones y esperanzas.
Fueron días que no se los deseo a nadie. Por un lado mi niño muerto en el depósito de cadáveres a la espera de la autopsia y en el edificio de enfrente estaba Carmen hospitalizada, luchando entre la vida y la muerte. Las lesiones eran gravisimas y no daban esperanza de que saliera adelante. Esperar y esperar. La juventud y salud que tenía la hicieron retornar a la vida, pero estaba en coma. Era un tremendo dilema, como decirle lo de Luisito cuando recobrase el conocimiento. A los quince días empezó a hablar y a preguntar por su hijo, yo quería desaparecer, al principio la mentí. La monja que la cuidaba se hizo cargo y poco a poco se lo dijo.
De aquellos tiempos horrorosos sólo una persona estuvo ayudándome, mejor dicho nos ayudamos mutuamente, la Sra Santa.
El guarda de la obra se presentó en casa llorando y ofreciendo ayuda por parte del dueño. Yo no quería dinero, a mi hijo no me lo podían devolver, pero si una ayuda para atender la rehabilitación de mi mujer. Todo lo dejé en manos de un abogado que me recomendó Teresa, la hermana de Carmen, que vivía en la calle San Pedro, se llamaba Pastor y resultó ser un sinvergüenza como la mayoría de los que intervinieron. Olieron dinero y entre los abogados y el médico Ramírez Cerdan, traumatologo que vivía en un ático en la calle El Príncipe, redactó un informe restando importancia a las heridas (Rotura de pelvis, rotura de cráneo, maxilar derecho hundido y ojo derecho) de los huesos de las piernas y costillas no dijo nada. No obstante se armo la causa y en el juzgado «se perdió» y cuando se rehízo se perdió en las Salesas. ¡Nunca se celebró el juicio! Yo recibía amenazas subliminales porque estaba recién licenciado de un Batallón de trabajadores y declarado desafecto al régimen de Franco. Al otro lado estaban los abogados y procuradores amén del dueño del edificio respaldados por un jefazo de la casa de Franco. Los tres pagaron con un cáncer.
Me trague la rabia y me callé. Nunca he sido egoísta y siempre me he adaptado a las circunstancias. Asumí todo como una fatalidad. Gracias a que, poco a poco Carmen se fué reponiendo y con mucho trabajo saqué a mí mujer adelante y no le falto nada en su convalecencia, aunque me aseguraron que no podría andar. No fue así. Cierto que siempre estuvo muy delicada y llena de dolores por tantas fracturas (sobretodo las cervicales) pero con una fuerza de voluntad grande, superó en parte la desgracia aló largo de dos años y más tarde el nacimiento de Ángel nos hizo mirar al futuro sin olvidad el pasado. Continuará…
