13 de diciembre de 1.996
Hoy por la mañana estábamos comprando en Mercadona y Carmen al coger los huevos, tira al suelo dos docenas, menos mal que los empleados se hacen cargo. Por la tarde, friega el fogón y conecta un fuego eléctrico (la cocina era mixta de gas y electricidad) Los quemadores no se ven porque una tapa los cubre cuando no se usan. Al rato empieza a oler a algo raro, toco la tapa y está abrasando y toda negra. Con una lija, consigo quitar parte de la mancha que se quedaría hasta que Angel nos compró una cocina moderna eléctrica. Si seguimos con el gas butano, no sé como habríamos terminado.
Salimos a pasear y le dá por que quiere llevar flores a su madre al cementerio. En el camino nos encontramos a tres personas, yo estoy despistado y ella sale disparada hacia ellos y les dice:
– «Niños», ¿sabéis donde se compran flores?
Les miro y veo que son tres chicos de entre 16 – 17 años con melenas y pendientes. No dicen nada. Les pido disculpas. La convenzo y voy a la floristería, le compro una docena de claveles para que los ponga en casa y lo primero que me dice, es que se acaba de morir su madre y su hijo. Le digo que ya hace muchos años que murió su madre y que nuestro hijo murió hace más de cincuenta años. Le digo que tiene que comprender que de su familia, ya no queda nadie más que ella y que su padre tampoco está. Pasa la tarde diciendo cosas raras y por la noche también, vacilando sin dormir ni perder esa sonrisa bonachóna que dibuja el alcehimer.
Marzo de 1.997
Nos vamos a Alicante y Angel nos deja arriba del apeadero de Atocha, es pronto para coger el tren, faltan veinte minutos. Me dice que va al servicio. Le digo que suba las escalerilla y espero con impaciencia que salga. Ya solo quedan diez minutos para que llegue el tren que viene de Chamartin y no sale. Entro y ya no está, ha salido por otra puerta. Llamo a los vigilantes y le explico la situación, pero no sé hacen cago de custodiarme el equipaje. Cuando faltan sólo cinco minutos por el altavoz de la estación la nombran para que vaya a recogerla, dicen por megafonía que se encuentra despistada. El vigilante me dice que va él a por ella y a los pocos minutos me la trae con la mirada ausente. Cogemos el tren por los pelos. El resto del viaje dormita y no le miento nada de lo sucedido, aunque tampoco lo recuerda. Si se acuerda de su madre y de su hermana Anita. No le digo nada porque se pone muy nerviosa y agresiva si le digo que ya no viven, procuro cambiar de tema.
Así un día y otro día. Es especialista escapista, en el momento que me despisto un segundo, desaparece. Dos veces la policía me la trajo porque tenía una medalla con la dirección de la casa de Alicante. Aunque pretendo tenerla controlada, es imposible, no duerme por la noche y se levanta continuamente; más de una noche se me ha escapado y la he pillado en el portal. He tenido que cerrar con llave y escondersela. Yo procuro que haga cosas para que no se me paralice, pero al final tengo que hacerlo yo.
Al mes regresamos a Madrid, hemos estado un mes escaso. En la estación están esperándonos Angel y mi nieto Angelin, y le da mucha alegría. Antes de ir a casa, Angel nos convida a comer en un restaurante de la calle Ancora, donde suele comer cuando trabaja en Alcatel. Entramos y se desequilibra, no come nada y hace cosas raras. Nos vamos y ya en el coche, camino de casa se pone muy nerviosa y en marcha, se quiere bajar. Luchando con ella en el asiento trasero, logramos llegar y que se relaje… Tiene ratos buenos que parece que no le pasa nada, la sacó a pasear para que se distraiga, pero el Alcehimer sigue minando su cerebro y destruyendo las neuronas.
A las cuatro de la mañana, me llama Angel que se ha levantado al servicio y la ha encontrado en la cocina friendo una lechuga. Cuando le pregunta que hacía, le contesta que nos estaba haciendo la comida.
Continuará.
