Estábamos en Somosierra y no hacía un mes que había empezado la guerra. Solo cuando me vencía el cansancio me adormecia a pesar del frío. Me gustaba soñar que todo era un sueño y que al despertar estaría en casa con mi familia en el fogón de la cocina, todos juntos comiendo castañas. Los disparos nos volvían a la realidad. La trinchera era un lodazal húmedo y mal oliente, y allí estábamos «El maestrillo», «El Jaro» , Manolo y yo, con aquella manta húmeda, la cantimplora de vino y la puñetera mortadela.  El miedo y el frío, el insufrible frío hacía las noches interminables. En la oscuridad, no había casi tiroteos porque las trazas de los disparos eran localizables, pero al llegar el día los tiros venían por todos los lados. Yo era un crío de dieciocho años y quería que aquello se acabara ya, pero la pesadilla acababa de empezar.

Cuando amaneció, nos levantamos helados de frío y junto con algunos más, nos hicieron avanzar y dirigieron donde al parecer habían retrocedido los sublevados, pasamos junto a un manantial del que brotaba agua limpia y muy fría. Fue el único desayuno que tomé.

Llegamos cerca del objetivo y asentados en sus nuevas posiciones, nos recibieron a cañonazos. Menos mal que era munición no explosiva, así que permanecíamos tumbados en el suelo pasando miedo, mientras oíamos como pasaban silbando por encima los proyectiles. Al mando de ésta «banda desorganizada» estaba un hombre joven, pero mayor que nosotros que nos ordenaba gritando que dispárasemos al frente. ¿A quien? Porque yo no veía a nadie. (éste «mando» improvisado llegó a ser general de Brigada al poco tiempo, se apedillaba Modesto)

Al llegar la tarde comenzamos a avanzar y encontrábamos abundante munición que en la retirada habían dejado abandonada el enemigo. Nosotros cuatro, bajamos de la montaña a la carretera sin encontrar a nadie, sólo vimos un camión del ejército volcado en la cuneta que era bastante honda, y el cadáver de un sargento boca arriba, encima de un fusil. Pasamos la noche junto al camión y al día siguiente sobre las doce de la mañana, nos dirigimos hacia una extension de terreno enorme, eran tierras de la provincia de Segovia. Nos juntamos con más milicianos sin saber que hacer, ni adonde ir.

Aquello era la guerra de Gila que tan bien describía y daba risa. Sin uniformes, ni abrigos, mal calzados y con un mosquetón para los cuatro. De repente apareció una avioneta que empezó a tirar bombas y ametrallarnos a todos los que estábamos allí, nos defendíamos disparando con los fusiles. Dió dos pasadas y se marchó, pero el pánico cundió entre nosotros. El «Maestrillo» (que luego murió en el cerro garabitas de la casa de campo) Manolo y yo decidimos volvernos a Madrid, así sin más! ¿Qué pintábamos nosotros allí? No había orden, ni mando, aquello era el ejército de Pancho Villa.

El «Jaro» había desaparecido y no lo encontrábamos (nunca se supo nada más de él). Nos subimos los tres en un autobús de dos pisos de la época, conducido por un tipo que no tenía ni idea, y llegamos a Madrid de milagro.

Días después ya más repuesto, pasé por el taller donde había trabajado a por mis herramientas y después me fui al sindicato de la UGT, donde estaban formando a dos compañías de voluntarios del ramo de la madera y nos destinaron con «Lister» en la calle Franco Rodríguez, en un acuertelamiento improvisado sito en un colegio y convento de frailes. Después de unos días de instrucción militar en la Dehesa de la Villa, mandaron a nuestra compañía a Algodor, entre Aranjuez y Toledo. La otra compañía la mandaron a Navalcarnero, éstos ultimos lo pasaron muy mal cuando las tropas marroquíes iban hacia Madrid. En aquel sector estaba «El Campesino» famoso por su valentía, pero que no dudaba de darle un tiro a aquel que huía. Nosotros, pasamos por Vilaseca de la Sacra, cruzando el puente sobre el Tajo hacia el frente de Talavera que avanzaba hacia Toledo, donde en el Alcázar estaba sitiado el General Moscardo y los Guardias Civiles. Como no había armas para todos, nos emplearon en construir fortificaciones y por la noche nos mandaban a dormir a Toledo, a un convento que había en el comienzo de la carretera hacia Ávila. Así estuvimos muchos días… Continuará.