Hacía dos años que había acabado la guerra. Dos años careciendo de todo. Trabajaba doce horas diarias y no nos llegaba ni para cubrir las necesidades mínimas de mi familia, asi que emigramos primero a Logroño, después a Bilbao y terminamos en Burgos. Cuando todo parecía que estaba camino de arreglarse, llegó la mala noticia de Madrid. Mi madre me comunicó, que me habían llamado a filas…
¡Tonto de mí! Nos fuimos a Madrid, me presenté en el Cuartel de Infantería en Menendez Pelayo (No tenía que haberme presentado, como hicieron mi primos Antonio y Pepe, y no les pasó nada) Cuando nos presentamos ya no nos dejaron salír. Nos formaron en fila de tres y nos llevaron escoltados hasta la estación de Atocha. En el camino se había corrido la voz que nos llevaban para África. Carmen y mi hijo llegaron de milagro junto a mi, a la entrada de la estación, allí nos despedimos con lágrimas y ya no los volví a ver hasta transcurrido dos años.
Nos condenaron a privaciónes de todo tipo y sin ayuda de nadie. A mi mujer y mi hijo la única persona que le ayudó fue su madre la señora Santa, que lo era de verdad.
Nos metieron en un tren de ganado y como ganado nos llevaron. Tardamos dos días y medio en llegar a Algeciras con paradas… En Córdoba, nos dieron a comer un rancho asqueroso, allí me dieron ganas de marcharme, pero pensando en los míos continué. Llegamos al puerto de Algeciras.
En un viejo barquichuelo que hacía a diario el trayecto hasta Ceuta pasamos el charco y allí nos concentraron en un cuartel, nos cortaron el pelo al cero y nos dieron «un uniforme», de «soldado trabajador». La verdadera calificación era de un Batallón disciplinario de trabajos forzados y escoltado permanentemente por soldados armados.
Hicimos una marcha de unos treinta kilómetros, pasamos por Benzú, un pueblo de pescadores marroquíes y después a Punta Leona al otro lado del estrecho y frente al peñón de Gibraltar entre los dos mares El mediterráneo y el Océano atlántico.
Allí entre rocas, pues no había playa y cubiertos con una plancha de dos metros por uno y un centímetro de grueso era el techo que teníamos. Desde aquel sitio vi pasar barcos de guerra y el bombardeo de Gibraltar por las lanchas rápidas italianas, en plena segunda guerra mundial.
Empezamos a sufrir malos tratos por los escoltas y sus jefes. Solían decirnos : «Si se muere un hijo de puta de éstos, mañana, traemos a dos!!!» Me reclasificaron y me encuadraron en la cuarta compañía del 32 Batallón de Trabajadores. Tuve una «suerte» relativa, ya que nos incorporaron a una compañía de Ingenieros que estaban haciendo una Red de artillería, para los puntos extrategicos de peñas dominantes del mar, como Punta Ciris, Punta Altares, Elcazar Leques, Melisu cerca de Tanjer. Estaban preparando Bunkers fortificados para ser utilizados por los alemanes, y que ellos pudieran neutralizar el paso de los buques de guerra aliados.
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Por suerte, no se llegaron a emplear por el desembarco de los americanos en Casablanca. El trabajo diario nuestro, consistía en colocar postes para una Red de Telefonía. Unas grandes caminatas diarias, para luego hacer hoyos profundos con pértigas y colocar y fijar los postes de comunicaciónes.
La comida que nos daban era asquerosa y escasa. Dos cazos de caldo de boniato y dos jureles mal olientes que eran todo espinas. Nos comiamos todo lo que nos encontrábamos, madroños salvajes, bolitas de endrinas (parecidas a las majuelas) cualquier bicho viviente, galápagos, serpientes (menos los alaclanes y las arañas) todo! El trabajo era durisimo, pues a menudo el terreno era rocoso y dificultaba mucho el trabajo.
Pasábamos por zocos y cabilas. Los moros de esos sitios tan míseros, no nos veían con buenos ojos. Éramos rojos prisioneros encubiertos, como soldados trabajadores. Hacíamos intercambios con ellos. Ropa y dinero por tortas de saina y panecillos. Lo pasábamos fatal, la gente se desmallaba enferma cuando formábamos para pasar lista. Se los llevaban y ya no volvían..
Un día se enteraron, de que yo era tapicero y me mandaron a Ceuta para tapizar el coche del jefe del Batallón. Me instalaron en un barracón para transeúntes donde revuelto con los moros y soldados enfermos, conviviamos con los piojos y la suciedad que estaba por todos los sitios, pasé varios días esperando para hacer el trabajo…
Continuará.