Yo era un adolescente de dieciséis años, cuando tuve los primeros perros que fueron León y Paloma. Eran callejeros del barrio, que siempre estaban en nuestra casa a la hora de comer. Mi hermano Anselmo los protegía al máximo, tanto, que un día los perreros municipales los capturaron y les metieron en la jaula del carro que llevaban. Al enterarse Anselmo, los siguió y en un descuido, abrió la jaula y soltó a todos los perros, se armó un guirigay enfrentándose a los perreros a puñetazos, al final se fueron corriendo con la jaula y el carro vacío. Anselmo, era un «broncas».

Ya en Brasil, en el año 1954. Habíamos emigrado y vivíamos en una casa con jardines comunitarios y una parcela particular que daba entrada a nuestro «chalé» Estábamos «protegidos» por dos perros; uno era Drake, un perro enorme de unos cincuenta kilos, bonachón, de raza indeterminada, qué solía entrar en nuestro jardín para esconder los huesos que le dábamos; El otro, era una perrilla que estaba lisiada por un atropello, la llamábamos «La guiripa», aparentemente siempre estaba en un segundo plano y no se metía con nadie, pero tenía un genio cambiante. Una noche ya de madrugada, volvíamos de una fiesta con otros emigrantes españoles y nos la encontramos en la calle fuera del condominio, al principio se puso muy contenta al vernos meneándo el rabo, le abrimos la verja, la dejamos pasar y nada más entrar, se nos enfrentó y no nos dejaba pasar a nuestra casa, ladrando y rugiendo con muy malas pulgas. Tuvieron que salir los dueños del residencial en medio de un escándalo perruno, para poder entrar en nuestra casa.

Angel, nos trajo a «De Gaulle» un perro mestizo en el 88, era cariñoso, excepto cuando tenía comida cerca… Lo cuidamos, pero yo viajaba a Alicante con Carmen y no nos lo podíamos llevar, así que se lo dimos a la hija de Antonio Iriondo. Al poco, la mordió y Antonio lo llevó a la perrera.

Mi esposa falleció el 31 de agosto de 1997, fué una perdida que me produjo una tremenda aflicción. La soledad y el vacío era muy grande. Angel, me dijo que me fuera a vivir a su casa, un chalet en el Parque Coimbra, pero yo no quise. Un día apareció acompañado por Inma, – su pareja- con un cachorrillo, una cocker spaniel amarillo rojizo, que no cabía en una mano y las orejas colgando que eran más grandes que el cuerpo. Yo al principio le decía.. ¡Quita chucho! Pero luego le decía a Angel que no me la regañase… Aquella perra me sacó adelante. Angel, me llevaba a Alicante con ella y me pasaba dos meses allí y dos meses aquí. Le gustaba el mar y bañarse. Era la atracción de los turistas, por las tardes íbamos al puerto donde atracaban los barcos y se tiraba en plancha al agua salvando más de dos metros de altura, luego subía por las escaleras y otra vez… Era un espectáculo, verla. Hacía corros. Murió a los doce años, padeció diabetes y los dos últimos años le estuve inyectándo insulina a diario.

Angel me trajo a Linda, una Yorkshire preciosa, hija de una pareja de perros de raza, que tenía mi nieto Angelin en Guadalajara. Le hizo compañía a Lana en los dos últimos años. Era una perrilla muy buena y cariñosa. Como lloré, cuando la pusieron la inyección letal después de sufrir varios ataques epilépticos. La pobre, entró en el centro veterinario sin quejarse. La disfruté diez años. Como recuerdo su cariño. ¡Gracias Linda, por la compañía y cariño que me diste! No te olvidaré nunca.

Al morir Linda, Angel, habló con Jesús el veterinario y me compró un cachorro caniche de cinco meses precioso. Le bautice con las dos primeras sílabas, como homenaje a mis dos perritas anteriores: La – lin que unidas forman «Lalín». Qué voy a contar, un perro inteligente, juguetón, precioso! Es el perro favorito del pueblo, pues todo el mundo tiene que hacer con él, es muy cariñoso y se va con todo el mundo, sobretodo con los niños, meneando su rabito… Así que no estoy sólo en ningún momento y al cumplir los cien años, espero con tranquilidad, sin prisas y sin ningún temor el momento en que se me agoten «las pilas» y acabe de disfrutar del día, la noche, y la visión de las cosas, con la satisfacción de haber vivido dentro de mis posibilidades, habiendo pasando por buenos momentos y otros no tan buenos, pero que se saborean los momentos de revivir esos, recuerdos.. Y a partir de ahora, esperaré con templanza lo inevitable… Pablo Sanz.

Continuará.