Prefacio:
Hablé mucho con mi padre sobre ésta época tan gris de nuestra historia reciente. El, siempre me decia: Hijo, Dios quiera que nunca tengas que pasar hambre! Fueron muchos años de necesidad extrema, de cartilla de racionamiento, y de comerse lo que hubiera, que nunca era mucho.
En el año 1955, yo era un crío, tenía nueve años y hacía 16 años que había acabado la guerra. Recuerdo la leche en polvo de los americanos y los cupones de la cartilla de racionamiento. En ese año emigramos a Brasil.
¿Porqué España no se recuperó, como se recupero Francia, Inglaterra, incluso la propia Alemania totalmente devastada después de la segunda guerra mundial? El, me decía que los militarotes, los ricachones, sus adeptos y amigotes (así les llamaba) no habían sufrido «La posguerra» y lo acaparan todo. En parte, tenía algo de razón, sólo en parte. Luego, con el paso del tiempo se fué convenciendo de que hubo otros aspectos, que al principio no contemplaba por su odio y rencor hacia Franco y su régimen.
España, se quedó arruinada y sin reservas de oro para comprar bienes de equipo, trigo y alimentos de primera necesidad, porque el Gobierno de Largo Caballero (PSOE) ordenó el robo del siglo. El traslado de todas las reservas de oro del Banco de España. El 72 por ciento a la Unión Soviética y el resto a Méjico. Toneladas y toneladas de oro que jamás volverían, y qué no figuran en las reivindicaciones de la «memoria histórica». El panorama era el de un país destruido, asolado y qué nadie nos ayudaba porque Franco había estado «hermanado» con Mussolini y Hitler.
El Plan Marshall , tampoco llegó a España. Fue una iniciativa de Estados Unidos para ayudar a los paises devastados por la segunda guerra mundial. Al final mi padre me dió la razón, de que estos aspectos habían influido también en la persistencia del hambre y miseria de la posguerra, que duró más de veinte años.
Angel Sanz Urrea.
Se había acabado la guerra y la lucha por la vida empezaba de nuevo. En casa no trabajábamos ninguno. La construcción estaba parada, solo se hacían arreglos, porque muchas casas estaban medio destruidas y otras convertidas en escombros por los bombardeos. Mis hermanos que pertenecían al ramo de la construcción, fueron los que antes empezaron a trabajar con pequeñas obras y chapuzas.
Mi padre… El hombre, después de muchos años de trabajo en la misma empresa , fué «depurado» y despedido de Pueyo y Sánchez, una fábrica de maderas de la Ronda de Atocha. El motivo, fue haber sido enlace sindical. Después de luchar por la empresa que estuvo en la ruina y a punto de desaparecer, la dejaron limpia de deudas y rebosante de materiales. Así le pagaron la defensa de la empresa. Después el hombre empezó a trabajar en la albañilería, como mis hermanos Angel y Pedro qué acabaron siendo buenos especialistas del ramo.
Yo, por mi parte empecé con un pequeño trabajo a los hermanos de mi amigo Colomé, que tenían un pequeño taller de ebanistería, y quién a su vez me recomendó a un amigo tapicero que tenía un taller de reparaciones en la calle Serrano. Trabajaba en un piso para los hermanos Medina, ellos eran falangistas y tenían muchos clientes en el barrio de Salamanca. El encargado era Alejandro «El chichitas» así le llamaban, muy buena persona y buen tapicero. Me contrató por 11 pesetas de sueldo (bien pagado en aquellos momentos. Además yo sólo era ayudante y había estado sin ejercer durante los tres años de guerra)
Y allí, arreglando sofás, sillones y sillas deterioradas por el uso y el maltrato de la gente que había ocupado las viviendas abandonadas por los moradores del barrio de Salamanca. Como eran de derechas huyeron de sus casas por miedo a ser detenidos y fusilados por los milicianos. Allí con los arreglos, fui recuperando el oficio. Pasado el tiempo, Alejandro se unió a Antonio Armero ebanista y pusieron un taller más grande en la calle General Mola 22, junto a la calle Goya. Trabajábamos obra nueva y creaciones. Empecé a disfrutar y coger experiencia y cada vez me gustaba más, hasta que un día, ya en el año 1940 se puso un gran escaparate que estaba frente al público. La gente al transitar por la calle te hacía señas, se paraban, miraban… Un día uno empezó a hacerme muecas desde la calle, yo al principio no le reconocía. Era mi amigo Venceslao. Le saludé y me propuso ir a trabajar con el a un taller que tenía en la Costanilla de San Andrés, con un sueldo ya de 14 pesetas. Por aquellas fechas me casé con Carmen, era el 16 de julio de de 1940. La conocí en el baile «Pelitan» en la calle de Atocha al acabar la guerra.
Nos reíamos mucho los amigos supervivientes. Tuvimos varias bajas. «El maestrillo» murió en el Cerro Gatabitas en la casa de Campo. «El Sandalio» En la sierra Peregrinos. «El Jaro» en Somosierra. Otros amigos se mudaron de barrio y otros se agregaron al grupo. Íbamos todos en pandilla a diferentes bailes los domingos… El Salamanca, Barceló, San Carlos. En verano, íbamos a bailes merenderos Biarrizt, Ángulo, Buenos Aires, qué por poco dinero tenías baile y merienda y además venían las criadas. En el Metropolitano, conocí a Adela una chica de Embajadores y Delicias que nos llevábamos muy bien y que por circunstancias varias de amores y desamores lo dejábamos y nos encontrábamos… En aquellos tiempos conocí a Carmen y empezamos a salir. Hubo un tiempo que salía una vez con una y otra vez con otra. Yo no sabía cómo solucionar el tema. Mi amigo Mingo, me recomendó que eligiese a una de las dos. Una tarde mientras estaba con Carmen en el baile, llegó Adela y se armó. La solución fue bailar un tango con otra chica que lo tenía comprometido. Cuando terminó el baile y las busque, se habían marchado las dos y me quedé sin ninguna, luego con el tiempo y muchas «explicaciones» recuperé a Carmen.
Lo del baile los fines de semana, era el espejismo de un crío de veintitrés años que necesitaba a pesar de todo vivir esa juventud robada. La comida era escasa, racionamiento, miseria, un traje de quita y pon y hambre… Mucha hambre. No había nadie gordo y siempre con el temor de que alguien te denunciará por rojo y te dieran cuatro tiros…
Continuará.