Otro día más

Ha pasado otro día justo en este mismo instante, otro día qué se suma a otro mes, a otro año…

Se envejece un poco más cada día, cada mes, cada año…
Mientras miro más allá, hacia la nada, hacia un horizonte de pensamientos, de recuerdos, de nostalgias.

Somos algo más viejos esta mañana, ésta tarde, ésta noche, pero el corazón sigue latiendo fuerte, muy fuerte.

El viento sigue sonando historias antiguas de apenas meses, qué pronto serán años y aunque quiera, no puedo detener el tiempo, no puedo…

Tus besos de ayer, de antes de ayer y de antes de antes de ayer todavía siguen conmigo, los rumio y saboreo por las noches y especialmente ahora, en un duermevela mañanero que amontona recuerdos…

Por la noche, pese a lo que digan, volveré ser joven mientras algún pensamiento poético siga asentado en mi cabeza invitándome a escribir versos, a soñar…

Qué la felicidad no me madure demasiado, justo lo debido.

Seguir viviendo, seguir soñando… Un día más, un mes más… Otro año más! soñando…

ODA A LA VIDA

Si, tu vida parece apagarse como una estrella moribunda que no se quiere marcharse de la noche.

Es entonces, cuando late en tu corazón los acordes de un amor que sabe a primavera a rocío, a… Vida!

Cuando estés triste, y todo parezca gris, como un día de invierno, sin luz aparente en el cielo… incendia tu vida de besos, abrazos y caricias e Inúnda de belleza tu alma y enciende el Sol que llevas dentro.

Cuándo pienses que ya no queda nada hermoso por vivir… Incendia tu vida!

Te amo

¡Te quiero, te quiero!

Dos palabras que vuelan con aire de besos a tus labios de pan y quesillo.

De niños íbamos al Retiro a comer pan y quesillo. A eso saben tus besos…

PREGUNTAS

Todos los días al despertar, pienso en tí y me hago preguntas…
Tal vez, demasiadas preguntas.
Tal vez, me hago cada día
demasiadas preguntas.


Preguntas sin respuesta, cómo una ola que rompe siempre en la orilla y se disuelve en la arena, sabiéndose que volverá una y otra vez a estallar con fuerza para después desaparecer… Sin dejar rastro.
Que vive y muere.
Qué vive y muere…

Otras veces me pregunto; Debería ser como ese aire, que empuja al viento sin cuestionarme, una brisa…
O como mi perro que me acompaña, siempre a mi lado y es feliz con una caricia sin poner en duda mi cariño…
Vivir así, sin demasiadas preguntas. Una caricia. Una ola que va y viene y siempre es distinta. Una brisa, un aire. Un día contigo…

Sencillamente, vivir!

Noche de San Juan

Anoche quemé trastos viejos, mezclados con desilusiones y recuerdos que encogen el alma.

Salté por encima de brasas candentes de dolores y penas.

Por un instante, volví a la pubertad. Aquella juventud que pasó tan rápido.

Luego al dormir soñé con aquellos tiempos difíciles y maravillosos, donde el amor abrasaba. Le puse rostro a mi primer amor y desperté… Quise dormir nuevamente para «recuperar mi sueño» y apareciste tú.

CUANDO NOS ENCONTREMOS

Algún día, en algún momento quizá nos encontremos.

En alguna parte de un recuerdo nostálgico quizá, de una nota perdida.

Y pensaré en tí, y volverás de un silencio olvidado…


Nos encontraremos en algún sueño y cambiaremos de acera simulando no habernos visto…

Sólo vivíreros, en un recuerdo, un sueño que quizá, nunca sucedió… ¿O sí?

La posguerra… ¡EL HAMBRE! (Capítulo 14)

Prefacio:

Hablé mucho con mi padre sobre ésta época tan gris de nuestra historia reciente. El, siempre me decia: Hijo, Dios quiera que nunca tengas que pasar hambre! Fueron muchos años de necesidad extrema, de cartilla de racionamiento, y de comerse lo que hubiera, que nunca era mucho.

En el año 1955, yo era un crío, tenía nueve años y hacía 16 años que había acabado la guerra. Recuerdo la leche en polvo de los americanos y los cupones de la cartilla de racionamiento. En ese año emigramos a Brasil.

¿Porqué España no se recuperó, como se recupero Francia, Inglaterra, incluso la propia Alemania totalmente devastada después de la segunda guerra mundial? El, me decía que los militarotes, los ricachones, sus adeptos y amigotes (así les llamaba) no habían sufrido «La posguerra» y lo acaparan todo. En parte, tenía algo de razón, sólo en parte. Luego, con el paso del tiempo se fué convenciendo de que hubo otros aspectos, que al principio no contemplaba por su odio y rencor hacia Franco y su régimen.

España, se quedó arruinada y sin reservas de oro para comprar bienes de equipo, trigo y alimentos de primera necesidad, porque el Gobierno de Largo Caballero (PSOE) ordenó el robo del siglo. El traslado de todas las reservas de oro del Banco de España. El 72 por ciento a la Unión Soviética y el resto a Méjico. Toneladas y toneladas de oro que jamás volverían, y qué no figuran en las reivindicaciones de la «memoria histórica». El panorama era el de un país destruido, asolado y qué nadie nos ayudaba porque Franco había estado «hermanado» con Mussolini y Hitler.

El Plan Marshall , tampoco llegó a España. Fue una iniciativa de Estados Unidos para ayudar a los paises devastados por la segunda guerra mundial.  Al final mi padre me dió la razón, de que estos aspectos habían influido también en la persistencia del hambre y miseria de la posguerra, que duró más de veinte años.      

                              Angel Sanz Urrea.

Se había acabado la guerra y la lucha por la vida empezaba de nuevo. En casa no trabajábamos ninguno. La construcción estaba parada, solo se hacían arreglos, porque muchas casas estaban medio destruidas y otras convertidas en escombros por los bombardeos. Mis hermanos que pertenecían al ramo de la construcción, fueron los que antes empezaron a trabajar con pequeñas obras y chapuzas.

Mi padre… El hombre, después de muchos años de trabajo en la misma empresa , fué «depurado» y despedido de Pueyo y Sánchez, una fábrica de maderas de la Ronda de Atocha. El motivo, fue haber sido enlace sindical. Después de luchar por la empresa que estuvo en la ruina y a punto de desaparecer, la dejaron limpia de deudas y rebosante de materiales. Así le pagaron la defensa de la empresa. Después el hombre empezó a trabajar en la albañilería, como mis hermanos Angel y Pedro qué acabaron siendo buenos especialistas del ramo.

Yo, por mi parte empecé con un pequeño trabajo a los hermanos de mi amigo Colomé, que tenían un pequeño taller de ebanistería, y quién a su vez me recomendó a un amigo tapicero que tenía un taller de reparaciones en la calle Serrano. Trabajaba en un piso para los hermanos Medina, ellos eran falangistas y tenían muchos clientes en el barrio de Salamanca. El encargado era Alejandro «El chichitas» así le llamaban, muy buena persona y buen tapicero. Me contrató por 11 pesetas de sueldo (bien pagado en aquellos momentos. Además yo sólo era ayudante y había estado sin ejercer durante los tres años de guerra)

Y allí, arreglando sofás, sillones y sillas deterioradas por el uso y el maltrato de la gente que había ocupado las viviendas abandonadas por los moradores del barrio de Salamanca. Como eran de derechas huyeron de sus casas por miedo a ser detenidos y fusilados por los milicianos. Allí con los arreglos, fui recuperando el oficio. Pasado el tiempo, Alejandro se unió a Antonio Armero ebanista y pusieron un taller más grande en la calle General Mola 22, junto a la calle Goya. Trabajábamos obra nueva y creaciones. Empecé a disfrutar y coger experiencia y cada vez me gustaba más, hasta que un día, ya en el año 1940 se puso un gran escaparate que estaba frente al público. La gente al transitar por la calle te hacía señas, se paraban, miraban… Un día uno empezó a hacerme muecas desde la calle, yo al principio no le reconocía. Era mi amigo Venceslao. Le saludé y me propuso ir a trabajar con el a un taller que tenía en la Costanilla de San Andrés, con un sueldo ya de 14 pesetas. Por aquellas fechas me casé con Carmen, era el 16 de julio de de 1940. La conocí en el baile «Pelitan» en la calle de Atocha al acabar la guerra.

Nos reíamos mucho los amigos supervivientes. Tuvimos varias bajas. «El maestrillo» murió en el Cerro Gatabitas en la casa de Campo. «El Sandalio» En la sierra Peregrinos. «El Jaro» en Somosierra. Otros amigos se mudaron de barrio y otros se agregaron al grupo. Íbamos todos en pandilla a diferentes bailes los domingos… El Salamanca, Barceló, San Carlos. En verano, íbamos a bailes merenderos Biarrizt, Ángulo, Buenos Aires, qué por poco dinero tenías baile y merienda y además venían las criadas. En el Metropolitano, conocí a Adela una chica de Embajadores y Delicias que nos llevábamos muy bien y que por circunstancias varias de amores y desamores lo dejábamos y nos encontrábamos… En aquellos tiempos conocí a Carmen y empezamos a salir. Hubo un tiempo que salía una vez con una y otra vez con otra. Yo no sabía cómo solucionar el tema. Mi amigo Mingo, me recomendó que eligiese a una de las dos. Una tarde mientras estaba con Carmen en el baile, llegó Adela y se armó. La solución fue bailar un tango con otra chica que lo tenía comprometido. Cuando terminó el baile y las busque, se habían marchado las dos y me quedé sin ninguna, luego con el tiempo y muchas «explicaciones» recuperé a Carmen.

Lo del baile los fines de semana, era el espejismo de un crío de veintitrés años que necesitaba a pesar de todo vivir esa juventud robada. La comida era escasa, racionamiento, miseria, un traje de quita y pon y hambre… Mucha hambre. No había nadie gordo y siempre con el temor de que alguien te denunciará por rojo y te dieran cuatro tiros…

Continuará.

El bache.

Camino entre un desierto lleno de gente y el paisaje de la multitud que vomita de Lorca. Soy transparente!

Al lado de mi casa, alguien ha tratado de suicidarse. Tuvo mala suerte… Llegaron a tiempo los bomberos.

Así que… ¡¡¡Rompo tránsitoriamente mi régimen y me «zampo» un cuenco de fresas con leche condensada!!!

El fin de la guerra y la vuelta a casa. (Capítulo 13)

El fin de la guerra se suponía cerca. Estaba en Nules en el frente, en las trincheras. El enemigo, estaba muy cerca y en las noches interminables nos hablábamos de unas posiciónes a otras, nos contábamos cosas, otros cantaban, había una calma tensa, pero se vaticinaba el final de la contienda. Unos días antes de acabar la guerra, unos compañeros estaban jugando al frontón y la pelota cayó justo en el medio de las dos líneas, en el puente de la acequia, un soldado salió a recogerla confiado en que no le pasaría nada.

La ametralladora que teníamos de frente, acostumbraba a disparar ráfagas de vez en cuando y tuvo la mala leche de disparar sobre el pobre soldado, abatiéndolo en el puente. A partir de ese momento, se acabó la tranquilidad, los bombardeos con morteros y disparos de ametralladoras fueron constantes. Sufrimos bastantes bajas.

Y llego el día más deseado, había anochecido, llegó un motorista desde Valencia, se paro en medio del puente y desde allí arriba, a gritos, anunció el final de la guerra. Creo que fue el último lugar en guerra, allí finalizó. (Madrid, había caído el día anterior)

Desde el bando contrario, nos invitaban a pasarnos a su bando para celebrarlo. Otros compañeros y yo decidimos marchar hacia Valencia, por el camino fuimos despiezando el fusil ametrallador, tirando y diseminando las piezas, por el campo. Lo mismo hicimos con las municiónes y las bombas de mano. Andando durante toda la noche llegamos a Benavites, donde estaban mis hermanos Angel y Julián, pero ya se habían ido en un camión de reparto hacia Madrid y no había transporte. Seguimos camino hacia Sagunto, en una interminable fila de combatientes caminando hacia Valencia. Mientras tanto, los aviones fascistas, nos hacían vuelos rasantes a muy baja altura sobre nuestras cabezas. Los hijos de puta disfrutaban con el juego. Al final llegamos a Valencia, la gente nos miraba con lástima. Llegamos a la estación, y estaba repleta de combatientes que regresaban a sus casas después de tres años de lucha y pasar calamidades, de ver muertos destrozados por la metralla, de pasar miedo, para que después los oportunistas, los militares sublevados, familiares y amigos se enriquecieran, y se colocarán en los puestos de mando, todo a costa de las miserias y calamidades que pasamos los de la zona republicana. Tuvimos que sufrir vejaciones, situaciones de venganza y odio de quienes habían ganado la guerra y «el derecho» a maltratar y humillarnos. Muchos combatientes al llegar a sus pueblos, fueron marginados, fusilados, presos en campos de concentración, o en batallones de  castigo como fue mi caso, trabajando de sol a sol gratis, pasando hambre y aguantando insultos y malos tratos de palabra y obra. También hubo otros, que ante el temor a  las represalias, se echaron al monte (Los maquis).

Cuándo por fin llegamos a la estación de Valencia, todos luchabamos por coger una plaza en los trenes de mercancías que se encontraban abarrotados hasta el techo. Los tres compañeros del Batallón que llegamos juntos, no nos dejaban subir a los vagones , yo llevaba una garrota qué no sé como llegó a mis manos durante el camino hacia Valencia. Decían que no cabía nadie más… La garrota obró el milagro, a garrotazos me hice sitio y ya arriba del vagon logre subir a mis compañeros. El tren empezó a circular lentamente. En seguida, me di cuenta de lo peligroso que era viajar en el techo del tren y tomé la resolución de meterme dentro del vagon descolgadome por el techo y lanzándome dentro pese a las protestas de los que estaban y qué decían que no había sitio. Ayudé a mis dos compañeros con la colaboración nuevamente de aquella garrota, que más tarde perdí, porque al pasar por la estación de La Encina, vi a un individuo que se mofaba de nosotros haciéndonos el saludo fascista. Le lance la garrota, no le dí, pero sí se llevó un buen susto.

Al llegar a Albacete, el tren no continuó su trayecto. Como en la estación de Valencia estaba atestada de combatientes que querían retornar a sus casas. Uno de los compañeros era de allí y como de momento no circulaba ningún tren, nos invitó a ir a su casa qué estaba a unos dos kilómetros de la estación. Era de noche y cuando llegamos, fuimos muy bien recibidos. Allí pasamos la noche pero al amanecer, la madre vino muy preocupada porque nos habían denunciado que estábamos allí. La mujer nos preparó pan con chorizo y unos huevos cocidos y salimos rápidos hacia la estación de Albacete.

Se estaba formando un tren, así que cogimos conservas y pan. También compramos un botijillo que llenamos de vino. Cuando llegamos a Alcázar de San Juan, nos hicieron bajar del tren las tropas italianas y nos formaron en fila de dos. Nos llevaban a un campo de concentración. Íbamos por el anden y había un tren de mercancías parado y con la puerta abierta, al llegar a su altura empujé a mi compañero y yo detrás, los escoltas no se dieron cuenta. Escondidos dentro del vagón esperamos mucho tiempo después de haber cerrado con mucho cuidado la puerta. Pensamos, que a algún sitio iría y así fue como llegamos a Villacañas. El dinero que teníamos, nos valío para comprar pan, luego los billetes republicanos serían anulados. Pasamos la noche durmiendo en el suelo del  anden con una manta en el suelo y otra encima, era el cinco de abril, había llovido y hacía un frío húmedo que se te metía en los huesos.

Nos despertó un guardia civil, que nos pisó la cabeza, y nos metió en otro tren de ganado, al parecer no merecíamos otra cosa. Acercándonos a Madrid, por el puente de los tres ojos, ya vi el puente de Vallecas, mi casa estaba allí. A la altura del pacifico, me despedí de mi amigo, al que nunca volví a ver. Un empleado me dijo que saltara por allí porque estaban deteniendo a todos que regresabamos y luego los llevaban concentrados al campo de fútbol del Racing ( hoy campo del Rayo)

Cuando bajaba por Las Californias, dos moros armados estaban vigilando las vías, yo no lo pensé, me dirigí hacia ellos y los saludé, me contestaron normal, creyeron que yo era uno de ellos, con el pelo al cero, moreno tirando a sucio y con la manta al hombro parecía uno más de ellos. No había avanzado treinta metros cuando oí voces, miré para atrás y vi como los dos moros que acababa de dejar atrás, detenían a otro que también se había bajado del tren en marcha y se lo llevaban detenido. Bajé por el Arroyo Abroñigar, Monté Igueldo y enfile hasta el Callejón del Busto. Pasé tranquilamente entre la tropa que estaba en plena calle, paseando y hablando entre soldados, moros y mandos… Por fin llegué hasta mi casa. Allí estaban mis dos hermanos, Julián y Angel que habían llegado tres días antes, mis padres, mi hermana Julia…

Mi madre muy temerosa, nos decía que nos entregásemos, pero nos quedamos escondidos en casa. Fueron días difíciles, de mucho peligro. Tuvimos mucha suerte, que no nos denunció nadie… En esos días, no paró de llover y me acordaba de lo mal que lo estarían pasando todos los detenidos y concentrados en el campo del Rayo, allí a la intemperie de día y de noche, lloviendo…

Poco a poco los fueron depurando. Fusilamientos, cárceles…

Continuará…

Mis perrillos… (Capítulo 12)

Yo era un adolescente de dieciséis años, cuando tuve los primeros perros que fueron León y Paloma. Eran callejeros del barrio, que siempre estaban en nuestra casa a la hora de comer. Mi hermano Anselmo los protegía al máximo, tanto, que un día los perreros municipales los capturaron y les metieron en la jaula del carro que llevaban. Al enterarse Anselmo, los siguió y en un descuido, abrió la jaula y soltó a todos los perros, se armó un guirigay enfrentándose a los perreros a puñetazos, al final se fueron corriendo con la jaula y el carro vacío. Anselmo, era un «broncas».

Ya en Brasil, en el año 1954. Habíamos emigrado y vivíamos en una casa con jardines comunitarios y una parcela particular que daba entrada a nuestro «chalé» Estábamos «protegidos» por dos perros; uno era Drake, un perro enorme de unos cincuenta kilos, bonachón, de raza indeterminada, qué solía entrar en nuestro jardín para esconder los huesos que le dábamos; El otro, era una perrilla que estaba lisiada por un atropello, la llamábamos «La guiripa», aparentemente siempre estaba en un segundo plano y no se metía con nadie, pero tenía un genio cambiante. Una noche ya de madrugada, volvíamos de una fiesta con otros emigrantes españoles y nos la encontramos en la calle fuera del condominio, al principio se puso muy contenta al vernos meneándo el rabo, le abrimos la verja, la dejamos pasar y nada más entrar, se nos enfrentó y no nos dejaba pasar a nuestra casa, ladrando y rugiendo con muy malas pulgas. Tuvieron que salir los dueños del residencial en medio de un escándalo perruno, para poder entrar en nuestra casa.

Angel, nos trajo a «De Gaulle» un perro mestizo en el 88, era cariñoso, excepto cuando tenía comida cerca… Lo cuidamos, pero yo viajaba a Alicante con Carmen y no nos lo podíamos llevar, así que se lo dimos a la hija de Antonio Iriondo. Al poco, la mordió y Antonio lo llevó a la perrera.

Mi esposa falleció el 31 de agosto de 1997, fué una perdida que me produjo una tremenda aflicción. La soledad y el vacío era muy grande. Angel, me dijo que me fuera a vivir a su casa, un chalet en el Parque Coimbra, pero yo no quise. Un día apareció acompañado por Inma, – su pareja- con un cachorrillo, una cocker spaniel amarillo rojizo, que no cabía en una mano y las orejas colgando que eran más grandes que el cuerpo. Yo al principio le decía.. ¡Quita chucho! Pero luego le decía a Angel que no me la regañase… Aquella perra me sacó adelante. Angel, me llevaba a Alicante con ella y me pasaba dos meses allí y dos meses aquí. Le gustaba el mar y bañarse. Era la atracción de los turistas, por las tardes íbamos al puerto donde atracaban los barcos y se tiraba en plancha al agua salvando más de dos metros de altura, luego subía por las escaleras y otra vez… Era un espectáculo, verla. Hacía corros. Murió a los doce años, padeció diabetes y los dos últimos años le estuve inyectándo insulina a diario.

Angel me trajo a Linda, una Yorkshire preciosa, hija de una pareja de perros de raza, que tenía mi nieto Angelin en Guadalajara. Le hizo compañía a Lana en los dos últimos años. Era una perrilla muy buena y cariñosa. Como lloré, cuando la pusieron la inyección letal después de sufrir varios ataques epilépticos. La pobre, entró en el centro veterinario sin quejarse. La disfruté diez años. Como recuerdo su cariño. ¡Gracias Linda, por la compañía y cariño que me diste! No te olvidaré nunca.

Al morir Linda, Angel, habló con Jesús el veterinario y me compró un cachorro caniche de cinco meses precioso. Le bautice con las dos primeras sílabas, como homenaje a mis dos perritas anteriores: La – lin que unidas forman «Lalín». Qué voy a contar, un perro inteligente, juguetón, precioso! Es el perro favorito del pueblo, pues todo el mundo tiene que hacer con él, es muy cariñoso y se va con todo el mundo, sobretodo con los niños, meneando su rabito… Así que no estoy sólo en ningún momento y al cumplir los cien años, espero con tranquilidad, sin prisas y sin ningún temor el momento en que se me agoten «las pilas» y acabe de disfrutar del día, la noche, y la visión de las cosas, con la satisfacción de haber vivido dentro de mis posibilidades, habiendo pasando por buenos momentos y otros no tan buenos, pero que se saborean los momentos de revivir esos, recuerdos.. Y a partir de ahora, esperaré con templanza lo inevitable… Pablo Sanz.

Continuará.